Como si pudiera situarse en un punto equidistante entre el estado de trance, la expansión emocional y una acción consciente de volcánica artillería pictográfica, Sofía Mastai ensaya en cada una de sus incómodas piezas la disonancia de un poderoso y desconcertante acorde. Allí confluyen las marcas ríspidas del primal estallido físico que parece haberle dado origen, así como los sucesivos ingresos de materia, color, gesto y dibujo, que se imbrican, chocan, se repelen, se transparentan y superponen en la conjugación electrizada de un organismo en palpitante crisis de identidad, denso, complejo y esquivo.

Mastai parece no reparar ni cobijarse en la contención de ningún género o escuela, aun cuando se la pudiera inscribir en el canon del expresionismo abstracto, lo cual en su caso sería lo mismo que encorsetar en la lógica de una determinante razón estilística y conceptual una obra que trata permanentemente de escapar afiebrada, enfervorizadamente, de toda clasificación ordenadora, para revelarse mas como un fenómeno de fuerzas confluyentes, y acaso antagónicas, que como una estética.

De hecho, esa dinámica de fuga hacia ningún lugar y en todas direcciones que parece ser la desquiciada tónica estructural, la pulsional batalla sistemática que la artista parece plantear en su voluble discurrir sobre el plano, impide todo intento de lectura formalista para proponer, o exigir, del espectador, no tanto la anhelada empatía sensorial o intelectual, sino una suerte de desafiante convivencia crítica. Mastai nos confronta con la inestable, fugaz seducción de una atractiva, voluptuosa sensualidad intensamente táctil para despojarla rápidamente de sus ropajes elegantes y entregarse al vapuleo astringente de una paleta en exasperada desarmonía; trazos y chorreados flameantes desgarran las rancias ciénagas de inclemencia cromática, mientras líneas feroces, hirientes como tajos, se entrecruzan como ramalazos huracanados.

A la vez, y aún en medio de este mundo íntimo de desesperada fisiología, que parece debatirse en agudo conflicto consigo mismo, hay algo que de repente se despega de las crispadas tensiones para remontarse y cobrar vuelo, un rapto sorpresivamente etéreo y primaveral, el aleteo feliz de un inesperado lirismo; el relámpago límpido que inyecta equilibrio en la turbulencia y luminosidad en el abismo.

Eduardo Stupía

En la casa de las palabras había una mesa de los colores

Diálogos entrelazados entre Sofía Mastai y Margarita Garcia Faure

En la mesa de los colores abrimos un libro y Merleau-Ponty nos dice: “El pintor vive de la fascinación”. Nos miramos y asentimos.

En estado de fascinación Sofía dice: “Lo único certero es el amor a la tela”, mientras en un manifiesto de vida planta en el aire incontables lienzos, creando un bosque flotante en un estacionamiento, un espacio de cemento donde los árboles ya no podrán crecer pero los colores sí. Las pinturas suspendidas en el espacio, cobran vida y nos miran mientras nos conducen a enmarañarnos en movimientos superpuestos que espejan el largo cuerpo de Sofía en movimiento.

En la casa de las palabras sigue el libro abierto y André Marchand nos dice: “En un bosque, he sentido repetidas veces que no era yo quien miraba el bosque. He sentido, ciertos días, que eran los árboles quienes me miraban, quienes me hablaban… Yo estaba ahí, escuchando… Creo que el pintor debe ser atravesado por el universo y no querer traspasarlo él… Espero a estar interiormente submergido, sepultado. Pinto acaso para surgir”.

Margarita Garcia Faure: Y si de surgir se trata, te pregunto: ¿Cuál es la urgencia que te lleva a plasmar cada minuto de tu vida en infinitas telas?

Sofía Mastai: Hay una necesidad de ir mas rápido que el tiempo perdido. El lenguaje pictórico surge de mi muerte, de no poder poner en palabras mi propia vida. Desde allí aparece una necesidad concreta de hacer algo que pueda tocarse y mirarse, que exista y exceda mi propio cuerpo. A las telas las ataco, las piso, las llevo de viaje, entro y salgo continuamente, plasmo todos mis minutos en superficies que resisten. El hacer me mantiene viva, y esa ocupación del tiempo se puede ver.

MGF: En la mesa de los colores abrimos otro libro y David Oubiña nos dice: “La promesa del cine fue siempre la posibilidad de capturar el tiempo. Es decir: apresar lo efímero, el instante que huye. Pero a la vez, y ésta es su gran paradoja, sólo puede hacerlo fijándolo, es decir inmovilizándolo”.

Si cada trazo es un instante en el que te afirmas en la vida, si cada cuadro es un trazo más en esta afirmación, da la sensación de que al final de tu vida habrás hecho un millón de obras. ¿Será que presentarás todos tus minutos al mundo y así el movimiento de tu cuerpo?

SM: Sí, y voy a haber vivido un montón, un millón de instantes, las arrugas del paso del tiempo, del permanecer más allá de mi propio cuerpo, serán todas mis obras. Me interesan las telas, porque en ningún momento estoy yo dentro, son colores, son manchas, gestos donde las protagonistas son ellas. Es un trabajo en equipo, la tela dispone, yo propongo, la tela propone, yo dispongo. Se juntan todas y aparece un bosque donde las raíces se conectan unas a otras para vivir, donde la unión de todos los cuadros conforma un nuevo ser.

MGF: En el destello de la vida, cada estallido dura un segundo y luego desaparece. Este bosque de pinturas sería algo así: ¿un destello que dura tres días para volver luego a ser cada pintura un instante aislado?

SM: Sí, se volverá a formar otro bosque, o será un desierto, o un mar. El movimiento constante, hoy es un estacionamiento, mañana será otro lugar. La permanencia de las telas en el tiempo, sería lo único que perdura.

MGF: Vos viajas con tus telas, las trasladas hacía donde sea que estés, siempre pintás. Cambiás de espacios, cambian tus compañías pero vos siempre hablás a través de tus telas. ¿Será que confias más en los colores que en las palabras?

SM: Sí, también tiene que ver con que no creí en mi propia palabra y muchas veces en la de los otros, fui aprendiendo sin darme cuenta que para mí y en mi vida necesito hacer cosas reales, que la palabra es efímera, por eso una tela. La pintura me permite generar un lenguaje matérico, sin sonido, que deja una huella, mas allá de mí, una manera de comunicarme de manera concreta, pero a la vez una comunicación abierta, donde cada quien interpreta lo que quiere.

Hoy no creo en la palabra, si creo en el hacer.

Scroll al inicio